LA CONJURA

martes, 29 de noviembre de 2016

UN VIAJE




¿Por qué a José Monge Cruz le llamaron Camarón, a Fernando Fernández Monje, el Terremoto de Jerez o a Manuel Ortega Juarez, Manolo Caracol?  ¿Qué sucedió?  Este post va de eso, de esas ocurrencias flamencas  y  de mi afición a Cádiz.


Pero empecemos por el principio...



Hay cierta rivalidad entre Cádiz y Sevilla. Reconozco que Sevilla es una espléndida ciudad, ordenada, histórica y monumental,  una explosión de colores,  de arte, gracia y salero; una gran ciudad; ya lo creo, pero a mí el lugar que verdaderamente me pellizca en Andalucía es CÁI. El mundo no se reduce a Sevilla.





Es por eso que siempre que puedo vuelvo a Cádiz. 
Y son varias las razones.
Sobre todo me impresiona la luz que inunda las estrechas calles y que termina arremolinándose en la gran bahía verdiazul, junto al puente de Carranza, o al nuevo de la Constitución de 1812; me gusta cómo hablan los gaditanos, su naturalidad, la forma con la que se toman las cosas; todavía tienen algo de afrancesados, de inconformistas, y es singular su tradicional erizada en el mercado, junto a la plaza de las flores  ( la única ciudad, que yo sepa, donde comen erizos), sacan las mesitas de la playa y , hala, a comer erizos, ostras y ostiones, y camarones en cucuruchos,  y el espíritu inglés flota en sus  bodegas,  los Osborne, los Domecq, el sherry y las carreras de caballos Tan española y tan extranjera, a la vez. Son revolucionarios, son anarquistas y también tienen a Pemán,  y flamencos, y marinos, construyen barcos en Navantia; medio cubanos, excelentes poetas (con el mayor número de poetas censados del país), y tienen uno de los mejores carnavales del mundo, donde además de pasárselo bien, es imprescindible la crítica y el ingenio.



--Aunque todavía tienen temas tabú como el criticar la falta de separación de poderes, representación uninominal de los distritos y la elección directa del gobierno—dice mi maridito que está comiendo y con el que NO estoy de acuerdo.









Cádiz es la ciudad más antigua de Europa y  la cuna del flamenco. ¡Ahí es ná!

La  peña flamenca “Antonio Piñana” de Cartagena organizó un viaje, a Cádiz, y desde luego, no iba yo a perderme tal oportunidad. Así que empezamos un largo recorrido de siete horas  en un autobús con treinta ocho personas; estudiantes, mecánicos, ricos peruanos,  médicos, abogados, jubilados, parados, profesores ¡ah! y una inglesa; en definitiva, flamencos de diferentes edades, condición social e ideología pero con la pasión del cante en común.


Un jubilado de la Bazán (empresa astillera ya desaparecida), que no paraba de cantar llegó afónico a Cádiz; otro señor mayor, delante de mi, escuchaba música en youtube, a todo volumen (por lo visto, desconocía la existencia de los auriculares), otros cantaban y hacían palmas a ritmo de tangos flamencos, bulerías y soleas, algunos leían o dormíany hablaban

El momento álgido del viaje se produjo cuando el fondo sur del autobús se revolucionó ante la idea de buscarle un alias a un joven flamenco que viajaba con nosotros. Risas y más risas. El de la Volvo, el cartagenero,  el raspallón, el marrajo, el californio  ninguno le venía bien.

Fueron siete horas ininterrumpidas de cante y palmas.



En Cádiz hicimos un recorrido por el Barrio emblemático de Santa María,  donde vivieron figuras del flamenco como “La Perla de Cádiz”, la familia Ortega, o el mismísimo Enrique “el Mellizo” (y no el gemelo como lo llamó una atribulada señora que nos acompañaba),  y luego, asistimos a la actuación de Samuel Serrano, joven promesa del cante, y cenamos en la mítica “Venta de Vargas” en San Fernando donde, en su época, cantaron Manolo Caracol y Camarón de la Isla. Después de la cena se arrancaron por bulerías y tangos.









Fue en esa venta, el día del velatorio de doña Catalina, la dueña del establecimiento, cuando, desde la habitación de arriba, se podían oír  los lamentos de una seguiriya cantada por Manolo Caracol que intentaba aliviar su pena y la de su amigo y casi hermano Juan Vargas, al que se le había muerto su madre.

Me gusta comer en la Viña cuando voy a Cádiz. Esta vez fue en la tasca “Albero”, cuyo dueño fue amigo de Camarón y que recomiendo por sus excelentes tapas. Comimos ostiones, ortiguillas (anémonas rebozadas), camarones, papas aliñás y unas deliciosas tortitas de camarones. Sin embargo, el joven flamenco al que el cono sur del autobús se afanaba en buscarle un alias, estaba malhumorado, irritado, el chico buscaba un bar donde comer algo que le gustase.



—¡Ostias! Quiero comida decente. Comida española. Quiero MAGRA CON TOMATE--dijo antes de largarse a una pizzeria.

Nos hizo gracia. 

Os dejo el sonido del mar, bueno, en realidad es el rio Guadalquivir a su paso por Sanlúcar de Barrameda, muy cerca de su desembocadura en el océano atlántico.










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