LA CONJURA

sábado, 20 de enero de 2018

Botchan




Natsume Soseki  es un clásico moderno de la literatura japonesa. La época Meiji  (1868-1912) representa un periodo de intensa transformación cultural y social. En esta transformación  entraron en Japón la técnica, las ciencias modernas y también la novela psicológica realista, (y el estado moderno o Leviathan,- me dice mi marido, pero con la costumbre de obediencia ciega del samurái al emperador que “obligó” a EEUU a tener que tirar  dos bombas atómicas en el Japón, así de tozudos eran y son)

Soseki, un japonés de la ciudad de Tokio (pero tozudo como el japonés típico), estudia inglés y literatura inglesa, marchando a Inglaterra, donde vivirá becado para ampliar sus estudios. Soseki no es feliz durante su estancia  en Inglaterra. Los choques culturales son continuos: en cierta ocasión, invita a alguien a contemplar cómo cae la nieve—sin duda una costumbre elegante y delicada en Japón—y sólo logra que se rían de él.  Occidente le enseña a ser individualista y a no seguir las reglas. (Occidente  destruye la delicadeza oriental)

Del prólogo de “Botchan”


“El mundo poético ha cambiado mucho en estos diez años. Hoy se lee la poesía moderna recostándose cómodamente o mientras se espera el tranvía en las estaciones”.

Del libro: “Soy Un gato”




Comienzo la reseña citando el prólogo del libro y, en ella, la irrupción de mi maridito. Es fundamental cierta información de su cultura y época para entender al autor y su obra. Causa extrañeza, por ejemplo, que en su vida real los padres lo entregaran en adopción a uno de sus sirvientes cuando tenía tan sólo dos años. Qué extraña es la cultura japonesa. Qué costumbres más refinadamente bárbaras, perdón, diferentes.


Soseki, el autor, trabajó como profesor en una escuela de secundaria de principios del siglo XX, lo que le valió como experiencia para escribir esta novela, que por cierto, en lo esencial, no difiere EN NADA de la actual situación educativa en España.

Botchan, que da título al librito, es una forma cariñosa de dirigirse a un niño, significa algo así como chiquillo o niño mimado. Así lo llama Kiyo, la vieja y fiel niñera y la única que le muestra realmente afecto al protagonista, aún cuando su niño crece y ya no es siquiera un adolescente sino un joven profesor. Un joven profesor novato e incapaz de hacer frente al cinismo, ignorancia y falta de sensibilidad de sus alumnos y profesores en una remota isla del Japón.

Una historia de antihéroes, divertida y delicada…




Es posible que ya no nos volvamos a ver. Cuídate mucho—me dijo muy triste.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Yo no lloré. Pero a punto estuve. Luego, cuando el tren se alejó lo bastante del andén y me imaginé que ya no podría notar mis lágrimas, saqué la cabeza por la ventanilla para mirar la estación que dejaba atrás. Kiyo todavía seguía allí de pie. Parecía muy pequeña en la distancia.


Hasta ese momento solo había tenido tiempo para pensar en matemáticas y antigüedades, y había olvidado la mera existencia de los tallarines.

Francamente, debo confesar que aunque me sobre el valor, lo que a veces me falta es algo de inteligencia.

Pero si se piensa un poco, se descubre que la mayoría de la gente, de una forma u otra, quiere que te tuerzas, que no cumplas con tu obligación. Es como si pensasen que si no lo haces no tendrás éxito en la vida. Y cuando de repente se topan con alguien bueno e inocente, deciden tratarlo como a un niño mimado, y se dedican a despreciarlo y meterse con él. ¡Sería mejor quitar las clases de ética de la escuela y dejar de decir a los niños que no se debe mentir! Es más, las mismas escuelas deberían enseñarte a mentir mejor, a desconfiar de los demás y a tomarle el pelo a la gente. ¿No sería mejor así?



Pero cuando aceptas una invitación, bien sea de un sorbete, de una taza de té o de lo que sea, lo que haces en realidad es decirle a la otra persona que le tienes respeto y que la aprecias. La gratitud que sientes en el corazón cuando aceptas una invitación, gratitud fácilmente evitable si pagas tú mismo tu parte, es una forma de devolver esa invitación con algo que va más allá del dinero, o de lo que el dinero puede comprar. Quien acepta la invitación puede ser un don nadie, pero eso da igual. Basta con que sea un ser humano libre e independiente. El hecho de que ese hombre independiente te encuentre digno de respeto y aprecio es más valioso que un millón de yenes.

No hay comentarios :

Publicar un comentario