LA CONJURA

viernes, 12 de febrero de 2021

FÍSICA DE LA TRISTEZA

 




Gueorgui Gospodínov es el autor búlgaro más premiado y traducido actualmente de su país, y por consiguiente, (supongo), será también el más leído. 


En “Física de la tristeza” traza un paralelismo entre el mito del Minotauro y su propia historia personal: la de un niño de una familia de clase media baja en un país del bloque comunista. Gospodínov se siente reflejado en lo que él denomina “el niño minotauro”, pues el toro no deja de ser eso, un niño abandonado en el fondo de una caverna sin culpa alguna. Aún así, es más humano que otra cosa. Hay en él una tristeza que no posee ningún animal”


La camarada maestra se lo había contado todo. Bueno, de acuerdo, pero Dios existe, ¿no? Parecía que les hubiera hecho la pregunta más difícil del mundo. Verás, empezó mi madre (era abogada), tú sabes que existe, pero no hace falta que vayas soltando su nombre por todas partes, él se enfanda si lo mencionasen vano ante desconocidos.Y, en general, mantén la boca cerrada—añadió mi padre”


Pero lo cierto es que este hilo conductor se pierde muy a menudo con digresiones del autor de tipo filosóficas, antropológicas e incluso científicas, así cuando analiza la física de las partículas elementales, o bromea sobre el estado de la tristeza, según él,  un estado gaseoso, o cita a Adorno, y a Kant, lo hace de forma bastante acertada. Otras no tanto, por ejemplo, cuando se extiende con una supuesta capsula del tiempo que parece el perfecto cajón de sastre para rellenar capítulos.


El libro responde a la fórmula de autor serio y profundo, científico y filosófico; sin embargo, a mí no me entusiasma esta novela, creo que le falta un no sé qué, un “alma” o lo que quiera que sea para considerarlo obra maestra. Eso sí, reconozco que es un autor brillante, que escribe bien, que es culto, y que, a veces, es exquisito y poético en algunas frases.

¿Siguen vivos aquellos que fuimos?” “Esa gente seguramente ya no está. Queda solo el poso del café”

A la salida, lo recuerdo bien, me sentía cubierto de tristeza animal. Esa tristeza, soy testigo, es mucho más densa que la humana, es salvaje, no pasa por el tamiz de la lengua, es impronunciable e impronunciada, porque al fin y al cabo el idioma apacigua, calma la tristeza, le quita fuerza”


Aunque no hayas nacido en Versalles, Atenas, Roma o París lo sublime terminará encontrando la forma de revelarse ante ti. Aunque no hayas leído a Pseudo-Longino, no hayas oído hablar de Kant o… aunque vivas en las eternas praderas analfabetas de cualquier pueblo o ciudad anónima, hecha de yermos días y noches, aún así lo sublime te será revelado, y en tu propio idioma. En la forma de humo de la chimenea de una mañana invernal, de un fragmento del cielo azul oscuro, de una nube que te recuerda algo llegado de otro mundo, de una boñiga de búfalo. Lo sublime está en todas partes”


Lo insignificante y lo pequeño, ahí es donde está agazapada la vida, ahí es donde anida”

Y de todas las historias de la cápsula del tiempo merece salvarse la de Julieta, a la que los crueles bromistas del pueblo le creaban falsas esperanzas haciéndole llegar cartas de su ídolo Alain Delon.

Déjenme añadir también la historia de Julieta a la cápsula del tiempo que es este libro. Algún día Alain Delon, viejo y olvidado, sabrá que en la ciudad de T. frente al cine municipal de antaño, todas las tardes, durante cuarenta años (aquí Penélope se encoge de vergüenza), ha estado esperándolo una mujer cuyo equipaje cabe entero en una pequeña bolsa de mano”


Como dice la letra de una soleá que canta José de la Tomasa:

Al lobo herío, lo devoran sus hermanos, y al hombre que cae, todos lo abandonan, ¡Por Dios! ¡En qué mundo hemos nacío!




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