LA CONJURA

miércoles, 25 de enero de 2012

La pulga de acero

LA PULGA DE ACERO. NIKOLÁI LESKOV

Al zar Alejandro I le regalan una pulga de acero durante un viaje a Inglaterra. Una microscópica pulga que baila si se le da cuerda. Sólo a un ruso se le puede ocurrir semejante idea para una novela: hay que superar a los ingleses dicen los rusos, el orgullo patrio no permite la superioridad de un artefacto extranjero por minúsculo que éste sea.


A tal fin se pone en marcha la maquinaria zarista, la metalurgia rusa, el ministerio del interior, el cosaco Platov. Y Confían la empresa a un habilidoso zurdo y bizco de la ciudad de Tula aficionado al vodka, pero fiel y patriota a la nación rusa.
La Gran Rusia afrentada por una pulga. ¿Cómo superarla?.


El zurdo consigue mejorar la pulga a costa de cargarse la magia del bichito, que ya no baila. ¡Cómo va a bailar si le han colocado herraduras en cada una de sus patas!. Pobre zurdo, que rechaza las ofertas de trabajo de los ingleses admirados por su talento para volver a su Rusia natal donde lo único que encuentra es el desagradecimiento, el robo, y finalmente la muerte en un pasillo de un hospital para indigentes. ¿Cómo trata la madre Rusia a sus hijos que la aman y a la que prestan sus servicios incondicionalmente?. !!En España ocurre lo mismo!!
Leskov, en su estilo, inventa palabras. Probariaciones por variaciones; faltero por faldero; burocumentos por burocracia, tormentómetro en vez de termómetro, pequescopio y no microscopio y al Mar del Norte que llama Braviterráneo.


Su forma de escribir no tuvo aceptación entre sus compatriotas literatos y tampoco por los posteriores. A Nabokov le resultaba su literatura para tirar a la basura, en cambio gustaba a Máximo Gorki, y a Thomas Mann. De sus contemporáneos sólo Tolstói supo verle méritos.
Qué bien que escriben los rusos… imaginativos, grandes poetas y grandes soldados, bebedores de vodka a lo bestia. Un pueblo grande y extraño. ¡Qué lástima que haga tanto frío!
El inconfundible humor ruso está ahí, como lo está en Bulgakov con sus obras: “los huevos fatales” y “El Maestro y Margarita”, o como en la satírica y superdivertida “Las doces sillas” de Ilf y Petrov, y mi preferida “Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin” de Vladimir Voinóvich.

He aquí un pasaje disparatado:

El zurdo bizco está encerrado en su casa a cal y canto junto con los técnicos artesanos y metalurgios intentando superar el ingenio inglés, luchando por la patria Rusa. Mientras tanto, los mensajeros del cosaco Platov, impacientes por el resultado, derriban la casa y el techo y lo que haga falta. Asombra encontrar una espiral de atmósfera irrespirable en la pequeña casa.
Los silbanzas (ordenanzas a los que se les silba, uno de sus neologismos), hartos, lanzaron un grito, y en vista de que nadie les abría, sacudieron los goznes de los postigos sin miramientos, pero los goznes eran tan sólidos que no cedieron ni un ápice; entonces empujaron la puerta, pero estaba reforzada por dentro con una tranca de roble. Visto lo visto, los silbanzas recogieron un tronco de la calle, lo lanzaron como harían los bomberos contra el alero del tejado e inmediatamente la cubierta de la pequeña casita salió volando. El techo consiguieron quitarlo, pero al instante se vinieron abajo, porque la mansión de madera de los artesanos era muy estrecha, y al trabajar estos sin descanso se había formado en el aire tal espiral de sudor que a una persona no habituada, que entrara del aire libre, le resultaba imposible respirar.
Los mensajeros gritaron:
—¿Qué hacéis, canallas? Y todavía osáis confundirnos con semejante espiral. ¿Es que después de esto no queda en vosotros ni un rastro de Dios?
Y ellos contestaron:
—Estamos fijando el último clavo. En cuanto lo clavemos, sacamos el trabajo”
El libro se lee en un día. O en una mañana. Son pocas páginas, unas cien.
NOTA: 7


PD: Un saludo a mi rusa especial: Elena Kandriatova.

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