LA CONJURA

sábado, 27 de enero de 2024

MAESTROS ANTIGUOS

 




Reger es un musicólogo y crítico de arte, que durante más de treinta años lleva acudiendo al Museo Kunsthistorisches para contemplar el mismo cuadro todos los días, “El hombre de la barba blanca” de Tintoretto. Con la ayuda inestimable del vigilante, un tipo singular, monótono y efectivo en su profesión, y que además es su amigo, Reger, puede sentarse en el mismo banco gris donde nadie le molesta, el sitio perfecto con la temperatura perfecta para pasar las mañanas y preparar sus artículos del periódico.


Todo hombre tiene necesidad de una costumbre así para sobrevivir, dijo. Y, aunque sea la más demencial de las costumbres, la necesito”.


Un día cita a un tal Atzbacher al museo, con la sorprendente idea de que lo acompañe al teatro a ver una comedia “El cántaro roto”. Una proposición que resulta insólita por la opinión que  tiene el protagonista de los escritores, a los que ve, en general, como simples mecanógrafos de su tontería abismal. Los escritores, según él, realizan una literatura sin pensamiento.


Aunque la acción en este libro es simple, pues casi nada sucede, sin embargo es un librito MUY RECOMENDABLE por varias causas, la singularidad narrativa propia de Bernhard con sus frases repetitivas, casi obsesivas, su mal humor tan disparatado y, a la vez, tan razonable que te hace reír, aún cuando esté hablando del asunto más serio, triste o escabroso.


Para el protagonista de “Maestros Antiguos” las grandes obras están sobrevaloradas, a poco que las contemplemos fijamente y durante un rato nos resultarán grotescas y aparecerá la caricatura... y cuanto más observemos las obras más ridículas nos (a)parecerán.


De los libros clásicos, a los que hay que hojearlos en alto grado pero no leerlos enteros, dice que sólo permanecerán ciertos pasajes, y por tanto, las obras filosóficas del pensamiento universal se reducirán a simples aforismos. Carga contra todos y contra Todo.


Al fin y al cabo, el mayor placer nos lo dan los fragmentos, lo mismo que en la vida, al fin y al cabo, sentimos el mayor placer si la consideramos como fragmento, y qué horrible nos resulta el todo y nos resulta, en el fondo, la perfección acabada”.


A Velázquez no puede verlo, tampoco al Greco, que dice que no sabía pintar manos y parecían trapos de cocina húmedos y sucios, ni a otros muchos tampoco, así por ejemplo Leonardo, Miguel Angel, Tiziano, no resistirían lo que el autor denomina la contemplación realmente crítica. Sin embargo Goya le parece más resistente.


Mire usted bastante tiempo un autorretrato de Rembrandt, cualquiera, y se le convertirá a la larga, con toda seguridad, en caricatura y se apartará de él. Lea a Kant con insistencia y con más insistencia aún y de pronto le dará un ataque de risa, dijo”.


Especial inquina muestra hacia el alemán Heidegger. Le sorprende que haya gente que haga tesis doctorales sobre el filósofo, y que además haga la tesis en serio. Sus partidarios son aquellos que confunden la filosofía con el arte culinario, y la entienden como algo refrito, asado o cocido. Así lo dice. La sinceridad del narrador se confunde, parece ser, con la sinceridad del autor Thomas Berhard.


Termino con el asunto de los viajes. Según un amigo mío, cuando le hablan de viajes contesta que para qué ir a ningún sitio si luego hay que volver, otro amigo dice no viajar a donde previamente no hayan ido los romanos y Reger, protagonista de este libro, dice sobre los viajes:


Tantos viajes absurdos hizo mi mujer antes de que me casara con ella […] ella tenía, como la mayoría de las mujeres hoy, la locura viajera, hoy aquí, mañana allá, ése es su lema y en el fondo no viven nada, no ven nada, ni traen a casa otra cosa que no sea el bolso vacio”.


Por lo que la conclusión del libro de Berhard es el siguiente aforismo:

“ Todo libro, aunque sea de Thomas Berhard, bien mirado durante un rato,

no es para tanto: no hay maestros”.




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