LA CONJURA

viernes, 13 de octubre de 2023

LO QUE NO SE OLVIDA


 



Hace unos días estuve en la feria del libro Murcia y compré este ejemplar. Lo elegí—siguiendo el principio diegomarinista— fundamentalmente por la portada, claro, (de nada conocía a su autora: Susana R. Miguelez) y por su título “lo que no se olvida” que me pareció la mejor presentación para un libro de relatos cortos inspirados en la vejez y por lo filosófico-poético del título, pues ya se sabe que la filosofía y la poesía se ocupan de las cosas más importantes, esas que no se olvidan, o si se olvidan, siempre hay que recordar.


Desde el punto de vista de una cuidadora, la autora nos relata episodios verídicos que ha ido recopilando a lo largo de su trabajo en una residencia de ancianos. Está escrito con mucha sencillez y sensibilidad. Relatos con una ternura desbordante, fuera de lo común, de quien sabe ver más allá de las apariencias y encontrar una estremecedora historia bajo la decrepitud física, intelectual y moral que supone la vejez y que nos hace reflexionar sobre los aspectos fundamentales en la senectud, la soledad, la incomprensión, la relación con los familiares… y el dictum platónico—me dice mi maridito desde su sofá—de que la filosofía es una preparación del alma para la muerte.


Lo que no se olvida es un título además de poético, trascendental, porque habla sobre las figuritas de pan de la tía Tomasa, los malos tratos de Aureliano a su esposa, incluso de los últimos días en la residencia, los brócolis de Mario, el trabajo duro y los abusos a Dorotea, y tantos otras historias...Echo de menos lo sucedido durante la pandemia en las residencias de ancianos de Madrid y otras ciudades, competencia de políticos, pues parece ser que elaboraron una lista de los que habría que dejar en último lugar (que murieran) y los que tendrían alguna posibilidad de salvarse si se les llevaba a un hospital. Las personas ancianas sobran en una sociedad en la que impera la juventud, el consumismo, el entretenimiento, etc.


A veces afeito la barba de hombre del niño Mario y pienso que la vida no es justa con algunas personas. Nada, nada justa. Pero en ningún reglamento ni constitución dice que debe serlo, quienes debemos ser justos somos los humanos; nosotros podemos serlo y muchas veces no lo somos. La vida no tiene alma, no elige por nadie ni sabe lo que está bien o lo que es conveniente. Es ciega, sorda, muda y no tiene conciencia ni memoria. La vida, simplemente, empuja las cosas sobre las ruedas de nuestras decisiones y deja que lleguen hasta donde quieran llegar. Le da igual el resultado. Ella no tiene la culpa. Nosotros sí.


No todo el mundo le cae bien a Ginés. Yo sé que pertenezco al selecto club de sus amigos porque me han dicho que, cuando me marcho, se queda mirando por el agujero de la cerradura todo mi recorrido por el pasillo hasta que desaparezco en el cuarto del personal. Creo que me aprecia porque yo no intento que se comporte como una persona normal, no le grito continuamente que se suba los pantalones y no me niego a jugar con él cuando tengo cinco minutos libres. Sería inútil tratar de modificar su conducta para acercarle a nuestra normalidad porque sé que, como dije al principio, las manías no las curan los médicos.


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